jueves, 9 de agosto de 2018

Colonia veraniega (1918). Pablo Parellada


Comedia en tres actos, en prosa, de Pablo Parellada (1855-1944) estrenada el 8 de febrero de 1918 en el Teatro Infanta Isabel.

Reparto: Mercedes Pardo (Eter), Joaquina del Pino (Doña Julia), Doña Felisa (Rafaela Lasheras), María Bru (Doña Serapia), Concha Zeda (Cleta), Magdalena Abrines (Benita), Carmen Cachet (Honorata), Rafael Ramírez (Cuyás), José García Aguilar (Lorenzo Mundi), Francisco Alarcón (Don Martín), Alejandro Maximino (Arcadio), Pedro González (Malaquías Pérez), Antonio Estévez (Ya), Víctor Codina (Camarero), Enrique Echevarría (Mecánico).

Cleta y Arcadio se han hecho novios a escondidas. El problema es que los padres de Arcadio, doña Julia y don Martín, son enemigos irreconciliables de los padres de Cleta, don Malaquías y doña Serapia. Malaquías provocó la ruina profesional de don Martín, que había sido el mejor abogado de Madrid. De todas formas, Arcadio se las ha arreglado para que coincidan las dos familias en dos hotelitos vecinos en la Sierra de Guadarrama. Las cosas se complican aún más cuando Eter, la hermana de Arcadio, una chica moderna y feminista, se enamora del misterioso Lorenzo, un joven al parecer millonario y aventurero. 

La comedia, cuyos incidentes no detallamos para no desflorar su interés, tiene sana y abundante gracia, gracia sin artificio, de “buena ley”, y escenas delicadamente habladas, como la de Eter y Lorenzo, de una justa ponderación. Colonia veraniega es comedia de agradable esparcimiento, que en todos los públicos hallará la más franca acogida. (F. en ABC del 9 de febrero de 1915)

El autor satiriza con sano gracejo, aunque cae en algunos momentos en los linderos del astracán y del retruécano, la vida de las colonias veraniegas de los inmediatos pueblos del Guadarrama. (El Correo Español del 9 de febrero de 1918)

Lejos, muy lejos de la astracanada Colonia veraniega es, como quiso su autor, una comedia “limpia de procacidades, chulerías y retorcimientos de frase”, plácida, sencilla, y, sobre todo, entretenida desde la primera a la última escena. (J.S. en La Correspondencia de España del 9 de febrero de 1918)

Sobre la habilidad técnica y valor literario de “Colonia veraniega” nos parece inútil hacer comentario alguno. Su autor no se propuso con ella, sin duda, asombrar a las generaciones futuras, sino que sus contemporáneos olviden momentáneamente todas esas amarguras y preocupaciones que trajeron consigo la guerra europea, la carestía de las subsistencias y las amenazas renovadoras. Una vez conseguido tal objeto resultaría casi tan inocente como “Colonia veraniega” intentar profundizar en lo que es todo superficie. (El Día de 9 de febrero de 1918)

La comedia se mantiene en una decorosa medianía, sin ordinarieces ni abusos del chiste; sin pasar tampoco de una observación ligera y superficial de las pequeñas ridiculeces humanas, con lo que se satisfacen las modestas necesidades cómicas de la pieza. (La Época del 9 de febrero de 1918)

La sal que D. Pablo Parellada (Melitón González) puso en sus comedias “En un lugar de la Mancha”, “El regimiento de Lupión”, etc., y en sus regocijados trabajos periodísticos, no aparece en “Colonia veraniega”, aunque el público que asistió ayer tarde al estreno rió algunas ocurrencias felices, más por la salsa que le ponían sus intérpretes que por el mismo guiso. (…) Los tipos son artificiosos, y a excepción de dos de ellos, están desdibujados y las situaciones son violentas. (El Globo de 9 de febrero de 1918)

Pablo Parellada, tan ingenioso como discreto, ha hecho para el Infanta Isabel una obra graciosa y entretenida, y muy en concordancia con los gustos de los habituales de la barquillera. (…) El reconocido humorismo de “Melitón González” se deja ver en los chistes y situaciones, sobresaliendo como factura teatral el acto segundo. (El Imparcial de 9 de febrero de 1918)

Por una vez, el ameno coronel de Ingenieros D. Pablo Parellada (Melitón González), nos ofrece una comedia en la que no intervienen militares. (…) Se nota en ésta languidez y falta de gracia. Vuelva, pues, el simpático jefe de Ingenieros castrenses a divertirnos con asistentes zafios, tenientillos a la crema y coroneles al vinagre y no le serán regateados los aplausos, sin que quiera decir esto que ayer no le aplaudieran mucho y bien la comedia “vitalazesca” con que ha enriquecido la lista de sus obras literarias, y a la que no se puede oponer más reparo serio que el de la inocencia que la nimba desde la primera a la última de sus escenas. (El Liberal de 9 de febrero de 1918)

Este notable cultivador del género cómico ha escrito una divertida comedia llena de incidentes de gran fuerza escénica, que a pesar de su escasa novedad en los procedimientos entretuvo muy agradablemente al público, que aplaudió calurosamente al Sr. Parellada, haciendo que éste se presentase en el palco escénico al final de los tres actos. (…) La obra tiene mucha gracia y está sembrada de esas “martingalas gramaticales” que con tango ingenio sabe combinar el Sr. Parellada. (E.H. en La Mañana de 9 de febrero de 1918)

(El autor) conoce a maravilla los gustos de nuestro público. Sus obras teatrales, sin tesis alguna, sin sombra de ideología, francamente divertidas, pueriles y risueñas, tienen la virtud de no ofender a la Gramática y al buen sentido y de distraer honestamente. La clasificación genérica que les corresponde es la de aquellos juguetes de enredo en los que fue maestro Vital Aza. (J.J.G. en La Nación de 9 de febrero de 1918)

(La obra) es muy discreta, tiene alguna gracia, dos o tres chistes acertados y alguna que otra situación digna de reírse con toda libertad. (…) Hubo quien dijo que la comedia parecía cosa de chicos (…) porque educa deleitando como se dice de algunos libros de primera enseñanza. Y algo tiene de eso la obra y también mucho de antigua, en la técnica, pero no por ello deja de ser una farsa entretenida y agradable en toda la extensión de la palabra y de ambiente simpático. (A.M. en El País de 9 de febrero de 1918)

Un juguete hecho según los procedimientos más lejanos, en el que hay su leve equivocación y sus arreglitos finales, y la obra no podía indignarnos. Estas familias de la clase media del señor Parellada que suelen retener unas horas nuestra mirada para que veamos la solución que dan a unos noviazgos, nos dejarán indiferentes siempre; pero no nos causarán ninguna molestia. (J.A. en El Sol de 9 de febrero de 1918)

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