miércoles, 16 de mayo de 2018

Que viene mi marido (1918). Carlos Arniches


Tragedia grotesca en tres actos y en prosa, escrita por Carlos Arniches (1866-1943) y estrenada en el Teatro de la Comedia (Madrid) el 9 de marzo de 1918. 

El reparto fue el siguiente: Carita (Carmen Jiménez), Doña Tomasa (Ana de Siria), Elena (Sra. Villa), La Hipólita (Nieves Suárez), Genoveva (Aurora Redondo), Doña Polonia (Carmen Andrés), Socorrito (Sra. León), Señá Matea (Sra. Rey), Bermejo (Juan Bonafé), Don Valeriano (Pedro Zorrilla), Don Segundo (Juan Espantaleón), Luis (Manolo González), Hidalgo (Mariano Asquerino), Señor Palomo (Sr. Del Valle), Señor Cárceles (Sr. Pereda), Saturnino (Antonio Riquelme), Ramón (Sr. García).

Carita se ve en la situación de rechazar las proposiciones de su padrino, un indiano acaudalado, porque tiene novio formal. El indiano, despechado, modifica su testamento, de forma que los 3 millones de pesetas que lega a su ahijada, sólo podrá cobrarlos cuando quede viuda. Carita, astutamente, contrae matrimonio con Lázaro Bermejo, un indigente moribundo, con la esperanza de recibir la herencia en poco tiempo. Sin embargo, el indigente recupera milagrosamente su salud y se propone sacar todo el provecho posible.

Estamos ante una obra que no pretende -en modo alguno- realizar estudios existenciales ni crear personajes de profunda complejidad, por el contrario, ¡Que viene mi marido! es una pieza teatral cuyo fin, más que nada, es entretener a un público complaciente que va al teatro a pasar un rato de agradable asueto mientras ríe con lo que en escena acontece. Carlos Arniches, verdadero maestro del enredo, nos presenta un enrevesado planteamiento que va haciéndose progresivamente más complejo hasta que se resuelve de modo rápido y fácil. (Miguel Ángel García Guerra en Portalsolidario)

El ingenio, la gracia y la técnica son los elementos que avaloran la labor íntegra de Carlos Arniches. A él se le ocurre el asunto más disparatado y él sabe ligarlo tan bien al espíritu de los personajes y fundirlo con el ambiente, que el espectador en todo momento cree que se halla ante la misma realidad, reflejo de la vida. El creador –pintor, poeta, escritor, novelista- de arte le llama a esto “verdad artística”, que tiene tanta fuerza o más que la misma verdad histórica. (José María Carretero en El Día, 10 de marzo de 1918)

¡Que viene mi marido! es una comedia bufa, una obra de risa, especie de vodevil español, regocijado y honesto, que se parece a los vodeviles franceses en el movimiento escénico y el grueso relieve cómico, y se diferencia de ellos en que no es verde, como suelen serlo estas producciones, en que no gira en torno al tema sexual, sino que es obra para familias, y hasta podría representarse sin escrúpulo en un sábado blanco. No se tome a reclamo. (A. en La Época del 10 de marzo de 1918)

La tragedia grotesca “¡Qué viene mi marido!”, estrenada anoche con ruidoso y merecido éxito en la Comedia, es acaso la más completa demostración que Arniches ha hecho de su habilidad de seguro constructor teatral. Todo está allí sabiamente preparado para producir con naturalidad el efecto que se propuso el autor, de modo tal, que aunque el suceso principal se adivina, más es por la necesidad de que ocurra, y con ayuda de las indicaciones del reparto, que porque se vea lo que va a venir, y mucho menos el desenlace. Con lo cual, dicho se está que el mayor efecto conseguido por la insuperable habilidad de Arniches ha sido el de mantener a todo lo largo de su nueva comedia un interés subidísimo. Un interés usurario con que el público se cobra largamente en distracción y por el dinero, muy poco en esta ocasión, que ha costado su localidad. (A.P.D. en Heraldo de Madrid, 10 de marzo de 1918).

¡Qué viene mi marido! o –por otro nombre que no le estaría mal- El muerto resucitado, es una farsa ingeniosísima, de variantes inagotables y sorprendentes sobre el mismo tema. Algo así como lo que se llama en la matemática una permutación. (J. de L. en El imparcial del 10 de marzo de 1918)

Grotesca, extravagante, gruesa, dislocada es, en efecto, la obra que acabamos de ver representar, de un modo irreprochable por cierto, en el teatro de la Comedia; pero dentro de ese vasto recipiente ha volcado Arniches tal cantidad de sal, copia tal de ingenio y de habilidad para construir escenas y para imaginar situaciones hilarantes, que hay que perdonar esa obligación previa concesión que le hacemos de dejarnos llevar de su mano a los terrenos de lo absurdo. (Leopoldo Bejarano en El liberal de 10 de marzo de 1918)

Hay que reconocer, pese a toda ironía, que el Sr. Arniches es un autor de los que gustan, de los que dominan admirablemente los resortes del teatro, de talento práctico. Anoche demostró Arniches una vez más estas notables cualidades en la Comedia. Su tragedia grotesca “¡Qué viene mi marido!” es una farsa entretenidísima, que huele a vodevil francés, pero en la que brilla el ingenio de Arniches, su gracia singular. (Arturo Mori en El País de 10 de marzo de 1918)

¿Por qué se empeñará D. Carlos Arniches –nos preguntábamos anoche mientras se desarrollaban los tres largos actos de su juguete cómico- en seguir el camino del Sr. Muñoz Seca y demás colegas escénicos, siquiera sea con algún mayor cuidado de las situaciones y menores atentados al idioma? Su experiencia prolongada, sus incursiones por los campos del sainete, así como ciertos paseos suyos por los aledaños de la comedia, autorizaban a esperar de este autor otras manifestaciones de respeto para su arte, sobre todo al pretender hablar desde un escenario de tradición ilustre. Diríase, sin embargo, que continúan dominando en él otra clase de preocupaciones, una de ellas, tal vez la principal, la de vencer en estrépitos hilarantes a los cultivadores habituales del género pseudo-cómico de los últimos años. Así, asistíamos anoche a una obra más de las que vienen estilándose en el teatro de la Comedia, obra que sólo tendría en su favor la relativa limpieza señalada. (José Alsina en El Sol del 10 de marzo de 1918)

La obra, que hasta tiene su moraleja, para que nada falte, aunque no la creemos necesaria, fue reída, celebrada y carcajeada en grande, porque, como gracia de acción, de situación y de frase, no hay más que pedir. Si peca, es por exceso; pero con una poda prudente, sobre todo en el acto segundo, donde se impone la tijera, y con suprimir, porque nada ponen ni quitan, algunos chistes, ¡Qué viene mi marido! quedará como una de las obras del teatro cómico más divertidas, por la originalidad del asunto y por la gracia del diálogo. (Floridor en ABC de 10 de marzo de 1918)

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