Drama en un prólogo, dos actos y un epílogo de Alfonso Sastre (n. 1926) estrenado en el Teatro Lara de Madrid el 14 de enero de 1960. El reparto era el siguiente: Carlos Larrañaga (José), María Asquerino (Gabriela), Adolfo Marsillach (Marcos), Elena Altea, Encarna Paso, Félix Navarro, Luis Morris. Dirección: Adolfo Marsillach.
La obra presenta el desgarrador conflicto interno del torero José Alba, atrapado entre el amor a un mujer (su esposa Gabriela) y el amor a su profesión (representada por su apoderado Marcos).
La cornada es (..) un drama que, tomando pie en lo que pudiéramos llamar "anécdota taurina" de ambición, miedo, amor y muerte, no se queda en una periferia costumbrista e intenta sentar premisas y extraer consecuencias de orden más elevado y generoso. Viene a decirnos que los toreros, como cualquier otra clase de artistas, no pueden ser tratados por seres sin escrúpulos como marionetas de un juego turbio y mendaz, sino como seres humanos dignos de todo respeto y consideración. Y eso claro está que merece nuestra aprobación y nuestro elogio. (...) Aunque La cornada desde su título a su ambiente y a sus personajes pueda ser considerada superficialmente como una obra de atmósfera taurina, la verdad es que en su fondo y en su trasfondo alienta otro propósito: el de dar nuevas versiones de viejos mitos y el de estremecernos con una lucha de pasiones opuestas y contrapuestas que, en definitiva, es la mejor condición de las obras teatrales de empeño y de altura. (Alfredo Marqueríe en ABC del 15 de enero de 1960).
España es el toro. Uno de mis dramas se llama La cornada, obra contra la
fiesta de toros. Pese a esto, no soy un apasionado antitaurino. Autores
como José Bergamín (1895-1983), quien fue extraordinariamente
progresista, uno de nuestros intelectuales más leales a la causa
democrática, era muy taurino y conocedor de la fiesta de toros. A veces
discutía con él y cuando publiqué La cornada escribió como tres
artículos elogiosos sobre mi libro, aunque manteniendo su punto de vista
favorable a la fiesta taurina. (Alfonso Sastre en La Jornada del 9 de enero de 2005)
Buen ejemplo de
los peligros que corría un teatro realista fue lo
sucedido con La cornada, que inicialmente iba a ser
dirigida por José María de Quinto y protagonizada por
Fernando Granada; pronto advirtieron director y autor que el
enfoque casticista y de crítica particular que el
actor le confería, inspirada incluso en un apoderado
concreto, nada tenía que ver con la dimensión general
que Sastre pretendía. Hubo, pues, que romper el proyecto y
fue Adolfo Marsillach quien realizó con ella «un
montaje experimental» en el que destacaban la falta de color
y la música concreta de Cristóbal Halffter
que potenciaban el carácter universal a partir de un tema y
un ambiente localistas.
No respondió el público, quizá por eso mismo,
a pesar de que los críticos coincidieron en señalar
unos excelentes resultados y en advertir el verdadero sentido de la
obra. Gonzalo Torrente Ballester, tras referirse a «la
relación abstracta dominador-dominado» visible a
partir de estos personajes, alabó «la honradez
constructiva y técnica de La cornada, la eficacia
de su diálogo, la importancia de lo que se dice y de lo que
se da a entender; en una palabra, todas esas cualidades patentes de
gran pulso de dramaturgo...».
Adolfo Prego pensaba que en la obra «existe una idea latente,
un ataque feroz contra la sociedad, que ha llegado a sustituir la
verdad por la propaganda». (...)
Tras el estreno de
La cornada tuvo lugar un hecho singular: José
María Pemán publicó un artículo en
ABC ponderando el acierto del autor y la hondura de la
obra. Esto llamó la atención hasta el punto de que
Primer Acto reprodujo el texto de Pemán junto a una
carta de Sastre calificando tal comunicación como un
«milagro».
Sastre se refería al «clamor» producido por el
artículo y al tino de aquél al juzgar la obra, al
tiempo que destacaba «la importancia de su acto como signo de
algo que es maravilloso y de lo que todavía estamos, creo,
muy necesitados: comprensión, comunicación y, en
suma, solidaridad con los propósitos
honrados». (Mariano de Paco)
¿Por qué no hemos de hacer ahora en el teatro un existencialismo, un vitalismo nuestro? No es el modelo lo que va a faltarle para esto al pueblo más vital de Europa. Nos la dejamos ganar un poco en la época de lo intelectual. Bueno estuviera que nos la dejáramos ganar también en la época de lo existencial: en la época en que más debemos de estar en nuestro terreno. Y bueno fuera que dejáramos escapar, sin enterarnos, el magnífico esfuerzo asimilador que en esa línea ha cumplido Alfonso Sastre. El hombre en el mundo se ha quedado solo: sin Dios, sin convicciones, sin valores. (José María Pemán en ABC del 28 de enero de 1960).